martes, 16 de octubre de 2007

Infusión de jazz

El humo nunca se había deslizado con tanta elegancia, entre las bufandas colgadas en improvisados percheros, entre el balanceo de brazos que han de dirigir las manos hacia el gesto deseado o entre el suave pelo de alguna mujer que no acaba de lograr la postura idonea, con la que concebir en paz las ganas de algún emisor agazapado al ritmo de la contracorriente con más o menos convicción.

Té rojo para dos, obturadores a punto y luz estridente deshabilitada. Así, desde el hasta el miércoles que queda en la puerta del café, pasando por el brillo de luces eléctricas reflejadas en una infinidad de superficies que nos abren el apetito, y acabando por calar en la memoria algunos comportamientos noctámbulos de un octubre que nos recomienda abrigo, registramos la belleza que otros cambiaron por unas cuantas copas y la complicidad de alguna mirada fugaz.

Las estelas luminiscentes de colores cálidos flotando sobre la calzada, la vista a ras del dormitorio de miles de huellas descansando sobre los adoquines, los gestos y posturas que del aire los objetos más flexibles alcanzan y otras muchas, fueron las historias que hablan de un sábado, trece de octubre, y demuestran de nuevo que una imagen vale más que mil palabras.






3 comentarios:

Anónimo dijo...

Aaaaahhhh, las nuevas generaciones pisándonos los talones...^^

Ester García dijo...

Qué bello escribes... me encanta la sutilidad de estos textos.

Un placer recibir tu visita y pasear por aqui.

Te dejo un saludo y un supiro.

Besos

Anónimo dijo...

la paz ke me das cuando te leo no tiene precio, da gusto leerte, pero mas gusto da verte. esta ciudad da mucho para hablar y soñar...
un beso mágico ;*
Oliyah