domingo, 18 de mayo de 2008

Con el alma tatuada

Incursión creativa y/o artística en el Paseo del Prado, Madrid.

Unos pocos días y habrá pasado ya un año de mi retorno de aquella estancia de poco más de mes y medio en el corazón de nuestra variopinta península.
A tan solo un ligero pestañear quedan aquellas ferroviarias lecturas intercaladas con extensos pastos verdes, que poco parentesco guardan con las estructuras de hormigón, acero y cristal que les suceden o preceden (según la dirección del tren) extensas igualmente. Los sufridos paseos para mis pies a lo largo de la Castellana y a su vez tan enriquecedores para mis ojos. Aquellas poco más de medias jornadas de mañana en el singular y enriquecedor estudio de diseño editorial de la calle Piamonte, donde confluian labores y charlas propias del oficio, además de un sinfín de peticiones y consultas telefónicas. En cuanto a las visitas en horario laboral, acababan convirtiendo el pequeño pero siempre bien organizado estudio en todo un ágora, repleto de información y/o anécdotas sin el más mínimo desperdicio.
En cuanto a la gente de allí, por lo general, si pudiera permitirme el lujo de anexar a estos con un origen, con una razón antropológica, yo diría que la grandeza de sus calles, avenidas, callejones y demás vias públicas, son directamente proporcionales a la introversión que allí se gasta. Nada que ver por lo general con el "salero y la gracia" del sur. ¿Será por eso que las infraestructuras viales provincianas son más humildes?. Sí, tal vez será que no nos repugna el roce ajeno, ni aclarar una duda a un forastero. Aunque también hay que tener en cuenta que en las provincias hay menos que robar, menos que extorsionar y por lo tanto, menos que temer. No obstante, en una ocasión en la que ya escarmentado de preguntar por calles y bocas de metro, ojeaba el mapa de la ciudad en la marquesina de una parada de bus y una simpática azafata me ofreció un delicioso bombon a cambio de una breve descripción de aquellas cosas que me comentaba mi paladar acerca del dulce. Como se suele decir, había de todo... incluso hubo algún personajillo de dudosas intenciones que creí ver tras de mi en alguna ocasión a lo largo de aleatorios y absurdos recorridos sobre calles empedradas y otros vericuetos, los cuales recorrí con el fin de comprobar si me perseguía o sencillamente era una casualidad muy increible. No saqué más conclusiones de las necesarias, sencillamente fui funcionario de algún Ministerio durante el tiempo necesario para que el susodicho se fuera a otra cosa y así yo pudiera jubilarme y volver a las calles tranquilamente, y es que es todo un detalle que los Ministerios dispongan de guardias civiles.
En cuanto a las descripciones que conciernen a aquella gran urbe, no cabe decir más que todo cuanto alberga es enorme, y quizás demasiado pretensioso para quienes necesitamos mucho menos. Pero sí que me traía yo a Granada al menos un Fnac y un Donkey Donut, siempre que no me los quisieran cambiar por la Alhambra xDDD -> esta risa es como diciendo "jodeos" (las capitales no lo pueden tener todo, no al menos mientras la tecnología no lo permita. Ya llegará el momento en el que tenga pesadillas con Manuel Chaves teletransportando nuestro querido palacio árabe a Sevilla).
Por lo demás, vivía dos horas al día en el tren, las que tardaba en desplazarme de mi residencia de prácticas en el Escorial a esa ciudad grande y viceversa. Mi lugar de residencia había sido durante muchos años la casa de mi exnovia, en la que conviví austero y meditabundo con mi exsuegro, con el que mantuve gratos momentos: Desde la preparación y organización de las dietas (aquí fue cuando reconocí el verdadero poder de la fiambrera), pasando por las diversas y entrañables charlas, hasta el cigarro de buenas noches.
Las visitas que recibí estando allí fueron tres, pero solo mencionaré una de ellas. Las otras dos tienen su propia historia de ciencia ficción ya añeja en Videos Google. La visita restante es la de Paúl (personajillo con bombín de la fotografía de cabecera), quién vino a ofrecerme dos días intensos llenos de ganas de ver, de contar, de planear y de recordar cosas, siempre cosas para cada uno de los conceptos en grandes cantidades. Nunca olvidaré aquellos cuentos improvisados que se producían sobre la marcha con el impulso de palabras ajenas, ni aquella casera que aporreaba la puerta sin piedad por la mañana (¬¬).
Pues bien... Por estos días hace ya casi un año que llevo tatuado en el alma una buena cifra de recuerdos, de buenos, curiosos y no tan buenos momentos, de lugares, acentos extraños y el pesadumbroso sabor de sentirme como quién no tiene cerca a sus seres queridos, encontrándose insecto en un gran hormiguero ajeno. Hoy hace casi un año que las agujas del reloj tatuaron en mi alma con la tinta del recuerdo inscripciones que llevan como traducción sonrisas, lágrimas, indiferencia o una fusión de las mismas.